Después de muchas horas de viaje, llego en ferry a Vila do
Abrão. Encuentro a mi madre entre la multitud y me da un fuerte abrazo.
Vamos a la pousada (posada). Pasamos por delante de una
pequeña iglesia y tomamos una calle perpendicular al mar, que va hacia arriba.
El suelo no esta asfaltado, es de tierra. A lado y lado hay pousadas y algunas
palmeras. Es como de película. Me cuesta creer que este sea el lugar donde vive
mi madre.
Mientras andamos no hablamos mucho. Llevo mucho cansancio
acumulado y me cuesta asimilar todo lo que veo. Al final de la calle, está la
pousada que ella y su marido se compraron.
El día siguiente me levanto temprano. Mi madre me espera
abajo con un zumo de papaya que acaba de preparar. Me propone pasar el día a
una playa que queda al otro lado de la isla y que es muy conocida. Acepto sin
pensar demasiado. A parte de ir a la playa, no creo que haya mucho que hacer,
aquí. Sólo le pregunto como lo haremos para llegar hasta allí, si no hay
coches.
- En barca y caminando – me responde.
Asiento con la cabeza. No entiendo porqué quiere ir tan
lejos si en el pueblo ya hay una playa, pero la dejo elegir. Vamos al puerto.
Hoy el cielo está nublado. Tomamos una barca que, saliendo del puerto, gira a
la derecha y empieza a dar la vuelta a la isla.
Pasado un rato llegamos a la playa de Pouso. La verdad es
que es bonita. La arena es blanca, y los árboles tan cercanos a la playa le dan
un aire misterioso pero acogedor.
Del extremo izquierdo de la playa sale un camino que entra a la selva.
La Mata Atlántica (o Selva Atlántica) es una formación vegetal tropical, muy
densa, muy verde y húmeda, típica del litoral del sur de Brasil y que, en el
interior, llega hasta Argentina y Paraguay.
Seguimos el camino, y media hora más tarde llegamos a la
playa Lopes Mendes. ¡Uau! Esta es todavía más grande y bonita que la anterior.
Y, a gran diferencia de las playas mediterráneas, no hay casi nadie, es como si
nos hubieran reservado la playa para nosotros.
Eso sí, está muy nublado y parece que va a llover.
Nos sentamos cerca de los árboles y contemplamos el mar. No
sé como empezar a hablar con ella y sólo le pregunto si no se aburre, en este
pueblo pequeño que no tiene ni cines ni teatros ni nada.
-Oh, hay una pequeña sala donde a veces hacen espectáculos,
pero lo mejor de la isla es la naturaleza. Hay mas de 80 playas que se pueden
acceder por mar o tierra, muchos caminos para hacer senderismo, el aire es puro
y el pueblo muy tranquilo.
Vemos un relámpago y escuchamos el trueno.
- Yo creía que en las playas paradisíacas no llovía nunca –
le digo en broma – en las postales siempre salen con el cielo completamente
azul.
Decidimos volver al pueblo antes de que empiece a llover de
verdad. Nos levantamos, recogemos las cosas y volvemos a la playa do Pouso a
buscar la barca.
Llegando al pueblo decido ir a pasear por la playa, mientras
mi madre vuelve a la pousada.
Me encanta contemplar el mar, me tranquiliza y me ayuda a
organizar las ideas. Y siento que lo necesito, que hay alguna cosa que se me
escapa, que no acabo de comprender.
Me cae una gota en la nariz. Y en la cabeza, el pie y la
frente. Y empieza a llover, una lluvia fina pero intensa. Camino rápido por la
playa para volver a la pousada, y casi tropiezo con un hombre que está
tranquilamente sentado. ¡Sentado en la arena, con la que está cayendo!
- ¡Pero que hace, este loco! – se me escapa en voz alta, sin
querer.
El hombre alza la cabeza. Tiene una mirada tranquila, me
hace un gesto con la mano y me dice, en inglés:
-Ven, siéntate, sólo es un poco de lluvia, te irá bien.
Su tono de voz es tan calmado, que de alguna forma me
inspira confianza y me siento. No dice nada más, cierra los ojos y levanta la
cabeza. Intrigada, le imito. Al fin y al cabo, ya estoy completamente empapada.
El agua me cae directamente a la frente, a los ojos, a la nariz. Es como estar
debajo de la ducha, refrescándose, recibiendo un ligero masaje a la casa. Tiene
razón, es relajante.
Al cabo de un rato empieza a hablar, y me cuenta su
historia.
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