15 diciembre 2013

El valle encantado

Es curioso como, según los lugares que visitamos, nuestra percepción de un país puede variar mucho de otra. Si tuviera que definir el Marruecos que yo conocí son sólo tres palabras, serian calma, hospitalidad, y música. Voy a insistir en el Marruecos que yo conocí, porque si alguien ha estado en Marrakesh, me va a preguntar donde la encontré, la calma. Bueno, está claro que en Marrakesh no. Pero yo no pasé mucho tiempo en grandes ciudades, sino que visité sobretodo las regiones del Atlas y el desierto. Y allí había mucha calma, hospitalidad, y música.


Calma, porque hay muy poca gente y, sobretodo, viven sin prisas. Tranquilidad, porque la gente puede dejar la puerta de casa abierta sin miedo a ser robada, porque puede dejar a los niños jugando solos por las calles. Quietud, por el silencio y la inmensidad del desierto.
Hospitalidad, porque en todos los lugares te reciben con un té con menta y, porque nos ayudaron cuando lo necesitamos.
Música, porque los marroquíes llevan el ritmo en la sangre. Tocan varios instrumentos, cantan, solos o acompañados, y se coordinan sin mirar.



En el Oasis de Fint, donde pasamos una de las primeras noches, encontramos todo esto. Nos contaron que Fint significa ‘escondido’, y se llama así porque queda escondido en un valle (si, existen los oasis de montaña!). Visto desde arriba, me recordó el valle encantado de una película de dibujos animados que vi de pequeña. Un pequeño paraíso de agua, tranquilidad y palmeras, un lugar donde no me importaría pasar una semana o un mes de vacaciones.





Al lado del oasis hay un pueblo de 87 casas y unas 200 personas. Dormimos en un albergue bereber donde nos recibieron con un té con menta, y nos quedamos hablando con el dueño y algunos chicos del pueblo hasta la hora de cenar. Para cenar, comimos una sopa, tajine, y fruta. Y después de cenar... concierto improvisado por parte de los chicos del pueblo!





El día empieza muy temprano en el oasis (y, bueno, creo que en todo Marruecos en general). Por la mañana, las muejres can a cocer el pan en uno de los hornos comunitarios. Cada día, una de ellas (se van turnando) va más temprano para limpiar y para encender el fuego. Las otras llegan un poco más tarde con la masa lista para cocer. Para desayunar tuvimos pan recién salido del horno... buenísimo!





En el oasis tienen tierras de cultivo, y ahí producen casi todo: calabacín, zanahoria, granada, pimiento... además de las palmeras, que producen dátiles. Paseando por el oasis, vimos como recogían los dátiles: una persona (un hombre, en general) se subía a la palmera (arriba del todo, y sin cuerdas!) para hacer caer las ramas llenas de dátiles. Abajo había otras personas (hombres, mujeres e incluso niños) que recolectaban los frutos.  Más tarde, para llevarlos al pueblo, usan los burros. 







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