Es
curioso como, según los lugares que visitamos, nuestra percepción de un país
puede variar mucho de otra. Si tuviera que definir el Marruecos que yo conocí
son sólo tres palabras, serian calma, hospitalidad, y música. Voy a insistir en
el Marruecos que yo conocí, porque si alguien ha estado en Marrakesh, me va a
preguntar donde la encontré, la calma. Bueno, está claro que en Marrakesh no.
Pero yo no pasé mucho tiempo en grandes ciudades, sino que visité sobretodo las
regiones del Atlas y el desierto. Y allí había mucha calma, hospitalidad, y
música.
Calma,
porque hay muy poca gente y, sobretodo, viven sin prisas. Tranquilidad, porque
la gente puede dejar la puerta de casa abierta sin miedo a ser robada, porque puede
dejar a los niños jugando solos por las calles. Quietud, por el silencio y la
inmensidad del desierto.
Hospitalidad,
porque en todos los lugares te reciben con un té con menta y, porque nos
ayudaron cuando lo necesitamos.
Música,
porque los marroquíes llevan el ritmo en la sangre. Tocan varios instrumentos,
cantan, solos o acompañados, y se coordinan sin mirar.
En el
Oasis de Fint, donde pasamos una de las primeras noches, encontramos todo esto.
Nos contaron que Fint significa ‘escondido’, y se llama así porque queda
escondido en un valle (si, existen los oasis de montaña!). Visto desde arriba,
me recordó el valle encantado de una película de dibujos animados que vi de
pequeña. Un pequeño paraíso de agua, tranquilidad y palmeras, un lugar donde no
me importaría pasar una semana o un mes de vacaciones.
Al lado
del oasis hay un pueblo de 87 casas y unas 200 personas. Dormimos en un
albergue bereber donde nos recibieron con un té con menta, y nos quedamos
hablando con el dueño y algunos chicos del pueblo hasta la hora de cenar. Para
cenar, comimos una sopa, tajine, y fruta. Y después de cenar... concierto
improvisado por parte de los chicos del pueblo!
El día
empieza muy temprano en el oasis (y, bueno, creo que en todo Marruecos en
general). Por la mañana, las muejres can a cocer el pan en uno de los hornos
comunitarios. Cada día, una de ellas (se van turnando) va más temprano para
limpiar y para encender el fuego. Las otras llegan un poco más tarde con la
masa lista para cocer. Para desayunar tuvimos pan recién salido del horno...
buenísimo!
En el
oasis tienen tierras de cultivo, y ahí producen casi todo: calabacín,
zanahoria, granada, pimiento... además de las palmeras, que producen dátiles.
Paseando por el oasis, vimos como recogían los dátiles: una persona (un hombre,
en general) se subía a la palmera (arriba del todo, y sin cuerdas!) para hacer
caer las ramas llenas de dátiles. Abajo había otras personas (hombres, mujeres
e incluso niños) que recolectaban los frutos.
Más tarde, para llevarlos al pueblo, usan los burros.
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