17 octubre 2013

En las playas paradisíacas también llueve (2/3)

Después de muchas horas de viaje, llego en ferry a Vila do Abrão. Encuentro a mi madre entre la multitud y me da un fuerte abrazo.
Vamos a la pousada (posada). Pasamos por delante de una pequeña iglesia y tomamos una calle perpendicular al mar, que va hacia arriba. El suelo no esta asfaltado, es de tierra. A lado y lado hay pousadas y algunas palmeras. Es como de película. Me cuesta creer que este sea el lugar donde vive mi madre.

Mientras andamos no hablamos mucho. Llevo mucho cansancio acumulado y me cuesta asimilar todo lo que veo. Al final de la calle, está la pousada que ella y su marido se compraron.

El día siguiente me levanto temprano. Mi madre me espera abajo con un zumo de papaya que acaba de preparar. Me propone pasar el día a una playa que queda al otro lado de la isla y que es muy conocida. Acepto sin pensar demasiado. A parte de ir a la playa, no creo que haya mucho que hacer, aquí. Sólo le pregunto como lo haremos para llegar hasta allí, si no hay coches.
- En barca y caminando – me responde.

Asiento con la cabeza. No entiendo porqué quiere ir tan lejos si en el pueblo ya hay una playa, pero la dejo elegir. Vamos al puerto. Hoy el cielo está nublado. Tomamos una barca que, saliendo del puerto, gira a la derecha y empieza a dar la vuelta a la isla. 


Pasado un rato llegamos a la playa de Pouso. La verdad es que es bonita. La arena es blanca, y los árboles tan cercanos a la playa le dan un aire misterioso pero acogedor. 


Del extremo izquierdo de la playa sale un camino que entra a la selva. La Mata Atlántica (o Selva Atlántica) es una formación vegetal tropical, muy densa, muy verde y húmeda, típica del litoral del sur de Brasil y que, en el interior, llega hasta Argentina y Paraguay. 


Seguimos el camino, y media hora más tarde llegamos a la playa Lopes Mendes. ¡Uau! Esta es todavía más grande y bonita que la anterior. Y, a gran diferencia de las playas mediterráneas, no hay casi nadie, es como si nos hubieran reservado la playa para nosotros.
Eso sí, está muy nublado y parece que va a llover. 


Nos sentamos cerca de los árboles y contemplamos el mar. No sé como empezar a hablar con ella y sólo le pregunto si no se aburre, en este pueblo pequeño que no tiene ni cines ni teatros ni nada.
-Oh, hay una pequeña sala donde a veces hacen espectáculos, pero lo mejor de la isla es la naturaleza. Hay mas de 80 playas que se pueden acceder por mar o tierra, muchos caminos para hacer senderismo, el aire es puro y el pueblo muy tranquilo.

Vemos un relámpago y escuchamos el trueno.
- Yo creía que en las playas paradisíacas no llovía nunca – le digo en broma – en las postales siempre salen con el cielo completamente azul.
Decidimos volver al pueblo antes de que empiece a llover de verdad. Nos levantamos, recogemos las cosas y volvemos a la playa do Pouso a buscar la barca.

Llegando al pueblo decido ir a pasear por la playa, mientras mi madre vuelve a la pousada.
Me encanta contemplar el mar, me tranquiliza y me ayuda a organizar las ideas. Y siento que lo necesito, que hay alguna cosa que se me escapa, que no acabo de comprender.

Me cae una gota en la nariz. Y en la cabeza, el pie y la frente. Y empieza a llover, una lluvia fina pero intensa. Camino rápido por la playa para volver a la pousada, y casi tropiezo con un hombre que está tranquilamente sentado. ¡Sentado en la arena, con la que está cayendo!
- ¡Pero que hace, este loco! – se me escapa en voz alta, sin querer.
El hombre alza la cabeza. Tiene una mirada tranquila, me hace un gesto con la mano y me dice, en inglés:
-Ven, siéntate, sólo es un poco de lluvia, te irá bien.
Su tono de voz es tan calmado, que de alguna forma me inspira confianza y me siento. No dice nada más, cierra los ojos y levanta la cabeza. Intrigada, le imito. Al fin y al cabo, ya estoy completamente empapada. El agua me cae directamente a la frente, a los ojos, a la nariz. Es como estar debajo de la ducha, refrescándose, recibiendo un ligero masaje a la casa. Tiene razón, es relajante.

Al cabo de un rato empieza a hablar, y me cuenta su historia. 

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