21 octubre 2013

En las playas paradisíacas también llueve (3/3)

Allí, en aquella playa de Ilha Grande, sentados en la arena mientras llueve, el hombre que acabo de conocer me cuenta su historia:
- Soy de Nueva York. Hace años creía que lo tenía todo, que era feliz.
Tenía un buen trabajo con un buen sueldo, una mujer que me quería y un hijo muy listo.  Me gustaba mi trabajo y pasaba allí muchas horas, incluso durante el fin de semana.

Un día, mi mujer me explicó que estaba preparando una fiesta sorpresa para el cumpleaños de nuestro hijo. Me insistió que no se me olvidara, que seguro que le haría ilusión que su padre estuviera a la fiesta de los 10 años. ¿10 años, ya? Pensé. Y me di cuenta que, concentrado en el trabajo, a penas pasaba tiempo con él, nunca habíamos compartido un fin de semana, nunca lo llevé al cine ni a un restaurante,  no sabía a qué le gustaba jugar.

Mucha gente habla de la crisis de los 30, los 40. Yo viví la crisis de los 10 años de mi hijo.  10 años, me decía. ¿Y que le regalaremos? Pensé en regalarle un viaje. Por primera vez, nos iríamos los tres juntos de vacaciones.

Dejamos que él eligiera la destinación, pensaba que diría World Disney o algo así. ‘Quiero ver el teleférico del James Bond’, dijo. Se refería a Rio de Janeiro, que salía en una película de James Bond, Moonraker. 


Y así fue como vine por primera vez a Brasil. Pasamos unos días en Rio, subimos 4 o 5 veces al teleférico, y después seguimos la costa y llegamos a esta isla. Y aquí, en esta playa donde estamos ahora, me di cuenta de que aquella última semana, aquellos días que acababa de pasar con mi mujer y mi hijo, eran los más felices que recordaba.

Un año después dejamos nuestros trabajos en Nueva York, compramos una pousada, y vinimos a vivir aquí. Fue idea de mi mujer. Mi hijo se adaptó rápidamente. Enseguida aprendió portugués y salía a jugar con los otros niños del pueblo a la playa. Y aquí nos hemos quedado. 

No nos hemos vuelto ricos, no hemos ganado tanto dinero como antes, ni hemos tenido una gran carrera profesional, pero hemos encontrado otras riquezas. Aquí vivimos muy tranquilos, disfrutando día a día de lo que muchos turistas sólo ven una vez al año. 


Dicho esto, se queda en silencio y yo me concentro en mis pensamientos. No sé qué lo ha motivado a explicarme su historia, a intuir que me podría ayudar. Pero poco a poco, empiezo a ver las cosas de otra manera, con una nueva perspectiva.

Ahora veo claro que mi madre, en Barcelona, se sentía sola. Mi padre le pidió el divorcio. Mi hermana se fue de erasmus y se quedó a vivir en el extranjero. Y yo... yo estaba allí, como ella, pero estaba tan concentrada con el trabajo que casi no nos veíamos.
Me doy cuenta de que está rejuvenecida, más energética y dinámica de lo que la recordaba. Caigo en que, mientras caminábamos, yo me quedaba atrás y ella me esperaba.
Entiendo que aquí ha encontrado un nuevo estilo de vida que le gusta, que es feliz y que tengo que respetar su decisión.

Miro al mar: tengo la impresión de que me sonríe.

--------------------------------------------------------------------------------------------------------
<<  En las playas paradisíacas también llueve (2/3)
--------------------------------------------------------------------------------------------------------

No hay comentarios:

Publicar un comentario