12 enero 2014

La vida en el desierto (o vivir sin reloj)

- En Marruecos, ¿a que hora se come?
     - Cuando tenemos hambre.
Eso es lo que mas me gustó de la vida en el desierto: vivir sin reloj. Los habitantes de la región mas seca del país se levantan con el sol, comen cuando tienen hambre y van a dormir cuando tienen sueño. Yo hice lo mismo: me saqué el reloj, lo escondí en un bolsillo, y me dejé llevar por el ritmo del viaje.


En el post anterior hice una breve introducción al desierto del Sahara marroquí. En esta segunda parte, hablaré de sus habitantes que, en su gran mayoría, son bereberes.


Los nómadas

Algunos habitantes del desierto llevan una vida nómada, que no significa que duerman en un lugar distinto cada día. Los nómadas viven de la ganadería, de los rebaños de cabras. Para eso buscan zonas donde puedan alimentarlas y se instalan durante una buena temporada, que pueden ser meses. Viven en núcleos familiares y comparten una o varias tiendas (haimas). Cuando la región ya no puede proveer lo que necesitan, se trasladan a otro lugar.

placa solar para generar electricidad, tienda que sirve de espacio común y dormitorio, y tienda-cocina al fondo
en el desierto hay pozos de los cuales pueden sacar agua

Uno de los días de viaje acompañamos a una chica nómada a pasturar las cabras. Salimos muy temprano, poco después de la salida del sol, cuando todavía no hacía mucho calor. Caminábamos lentamente, haciendo paradas mientras las cabras de alimentaban de los arbustos. El perro vigilaba que ninguna cabra se quedara atrás, y de paso, nos vigilaba a nosotros, y nos miraba fijamente, pero sin decir nada, si nos quedábamos atrás (¿formábamos parte del rebaño?).

cabrita desayunando
la comida de las cabras (¡mirad que pinchos!)

Había mucho silencio. Como he dicho, el perro no ladraba en ningún momento, sólo se acercaba a las cabras y las seguía para marcar el rumbo. La pastora, para dirigir el rebaño, les lanzaba piedras sin tocarlas. Que calma. Sólo se escuchaba el vuelo de las moscas y cuatro viajeros que descubrían por primera vez aquellos parajes.

el terreno de pastura – por suerte había algunas sombras

Los nómadas hablan berebere y, al menos los que conocimos, no hablaban ningún idioma extranjero (normal, porque tampoco les hace falta). Así que no pudimos hablar mucho con la pastora que acompañábamos, aunque si que conseguimos comunicarnos un poco, con dibujos. Encontramos una madriguera que tenía rastros de animal delante de la entrada, y queríamos preguntar de qué animal se trataba. Dibujamos un ratón con un palito en la arena, y negó con la cabeza. Probamos de dibujar una lagartija, y esta vez asintió. ¡Habíamos conseguido entendernos sin palabras!



La región donde estábamos sufre sequía extrema desde hace años, lo que ha dificultado todavía más la vida de los nómadas. Muchas familias han decidido abandonar su estilo de vida para asentarse en un pueblo, como Youssef y Said, que conocimos la noche que pasamos entre las dunas. Ellos fueron nómadas y hoy en día se dedican al turismo, acompañando los viajeros que quieren descubrir el desierto.

esto había sido un río, hace años, pero ahora está completamente seco


Los pueblos

Visitamos tres pueblos del sur de Merzouga: Jdaid, Ouzina y Ramlia. Son pueblos pequeños, tan pequeños que no salen ni los mapas. Están formados por pocas casas, mayoritariamente de familias que habían sido nómadas. Por las calles se podían ver niños jugando y gente sentada, charlando o tomando un té. Realmente, era otro ritmo de vida, más lento, más pausado.


Ouzina

Nuestro guía, Hassan, también había sido nómada cuando era pequeño. Cuando tenía 8 años, su familia se instaló en Ouzina, un pueblo de 19 familias donde fue al colegio durante dos años. En la escuela aprendió francés, pero el español lo ha aprendido con los viajeros. Está muy enterado de lo que pasa por el mundo y puede discutir sobre cualquier tema. Fuera del colegio, la vida le ha enseñado lo que necesita.

Jdaid

Hassan nos contó que, de pequeño, veía pasar los pilotos del Dakar. Cada año los niños esperaban con ilusión que pasaran los pilotos del rali más famoso del mundo, que les llevaban caramelos y bolígrafos. Además de caramelos para los niños, el Dakar aportaba unos 3 millones de dirhams (unos 300 000 euros) a Marruecos. Ahora, lo único que queda del Dakar son algunos pilotos que vienen para entrenarse, y algunos viajeros aventureros que hacen rutas en 4x4, quad o moto. Como curiosidad: Jordi Arquerons, ex-piloto del Dakar, tiene una empresa de excursiones en moto.



Todos los pueblos que visitamos tenían algunos elementos en común: una mezquita, una escuela, una asociación y los jardines.

mezquita de Ouzina

En Jdaid visitamos el colegio, que tiene una sola clase, la casa del maestro, y un patio alrededor. La maestra es originaria de Meknes, a 800km, y enviada a Jdaid por el gobierno. Las clases se imparten en árabe y también aprenden el francés (lo que quiere decir que, ya de pequeños, entienden 3 idiomas, contando su lengua materna, el berebere). La maestra da clases a tres niveles al mismo tiempo, y la escuela tiene 6 niveles. Unos niños van por la mañana y los otros por la tarde.

Cuando llegamos nosotros estaban dando clase de francés. Los niños y niñas salían a la pizarra uno a uno, para leer una frase. Como uno de mis compañeros de viaje es francés, y yo también lo hablo, nos hicieron salir para leer la misma frase (me pregunto qué acento les sonaría mejor, ¿sería el mío?).

escuela de Jdaid

Los tres pueblos, Jdaid, Ouzina y Ramlia, tienen una asociación cada uno que trabaja con fondos internacionales para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Las asociaciones tienen talleres de artesanía para mujeres, donde fabrican artículos que venden a los viajeros. Algunas tienen salas donde se hacen talleres para los niños cuando no están en el colegio. En Ouzina, gracias a la colaboración con organismos internacionales, han instalado placas solares que permiten extraer agua de un pozo y canalizarla hasta el pueblo (financiamiento francés), un pozo con placa solar para dar agua a los animales (financiamiento de Andorra) y ordenadores y placas solares para la escuela (financiamiento de Madrid).

taller de artesanía en la asociación de Jdaid
Dibujos hechos por los niños en la asociación de  Ouzina

Los jardines son zonas de cultivo que utilizan las aguas subterráneas extraídas por los pozos. Tienen palmeras que producen dátiles, verduras y plantas aromáticas.


jardines de Ramlia

En Jdaid cenamos un día en casa de una familia del pueblo, conocidos de Hassan. La casa es un edificio de tierra de una sola planta, con una gran sala en la entrada, varias habitaciones y una cocina. Nos invitaron a tomar un té con menta en la sala de los invitados, una bonita habitación cubierta de alfombras, con algunos cuadros, cojines y una mesa maja en medio. Nos preguntaron si queríamos cenar al estil tradicional, hombres y muejres por separado, y mi compañera de viaje y yo aceptamos. Los dos chicos se quedaron en la sala de los invitados y nosotras pasamos a otra sala, mucho más pequeña, cubierta con mantas y una mesita redonda en el centro.

Cenamos con las mujeres de la casa, la madre y sus hijas, que no hablaban francés ni español. Comimos casi en silencio, escuchando las risas que venían de la sala de los invitados, donde estaban los chicos. De vez en cuando la madre berebere nos miraba y nos hacía el gesto de comer con las manos y decía algo que interpretamos como ‘come, come’.

Cenamos cuscús con verduras, todas de un mismo recipiente común con una cuchara. Después cominos la carne (que había sido cocinada con las verduras, pero separada antes de empezar a cenar), también de un plato común, pero con las manos. De postre, fruta: mandarina y granada. Cuando terminamos, la madre berebere recogió las pieles de la fruta en un plato y las troceó. La miramos con curiosidad y señaló hacia fuera. Creí adivinar que las pieles eran para las cabras, y para confirmar, le dije ‘beeeeee?’. Asintió con la cabeza y todas nos echamos a reír. Hay formas de comunicación que son internacionales.

horno comunitario en Ramlia




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