26 enero 2014

Con una simple sonrisa (2/2)

Andrea y sus dos amigos, Bjørn y Martin, llegaron al hotel, dejaron las maletas, y se dirigieron a la universidad que organizaba la conferencia, a recoger el programa y la targetita que los identificaba como participantes. Como no era muy tarde y todavía había luz del sol, decidieron salir a explorar la ciudad. Bjørn, que era noruego y ya había estado en Tromsö, hizo de guía.



La catedral del Ártico, de arquitectura inspirada en las auroras boreales

Tromsö es una ciudad de unos 70000 habitantes situada 350km al norte del círculo polar ártico. Gracias a los efectos de calentamiento de las corrientes del Atlántico norte, en Tromsö las temperaturas son mas temperadas que en la mayoría de poblaciones de la misma latitud. Una parte de la ciudad se encuentra sobre tierra firma, mientras que la otra parte está construida en la isla de  Tromsøya.

El puente que une las dos partes de la ciudad


En Tromsö hay muchos edificios de madera

Tomamos un café al aire libre?

El día siguiente era el gran día, su primera conferencia. Se despertó nerviosa. Por suerte, le había tocado el primer horario del día, así que pasaría rápido y después podría disfrutar del resto de presentaciones. 



Había llegado el momento. Respiró hondo, miró a los profesores de la primera fila, ‘ay no, a estos no, tengo que mirar al fondo de la sala...’. Se sentía como en una montaña rusa, mientras la vagoneta sube lentamente, tac-tac-tac, y sabes que en un momento te dejan caer. Miró el fondo de la sala, respiró hondo otra vez, y empezó a presentar.

El primer minuto fue como si estuviera en la vagoneta de la montaña rusa, en el primer descenso, el más largo, el más impresionante. En los minutos que siguieron, la impresión empezó a ser un poco menor, las subidas y bajadas a ser menos fuertes, pero las vueltas que daba le hacían perder la orientación. Cuando iba por la mitad, vio a un chico que, desde el fondo de la sala, le sonreía. Le sirvió de referencia y la sala paró de dar vueltas, la vagoneta se paró y pudo seguir la presentación sin movimiento. Terminó exactamente a tiempo, le aplaudieron, y respondió correctamente a las preguntas de los asistentes. Todo había salido bien.



Saliendo de la sala se cruzó con el chico que le había sonreído.
 - ¿nos conocemos? – preguntó ella.
 - No, no creo.

Andrea se sintió un poco confusa. Había asumido que él la había reconocido de algún lugar, quizás del eramus, en esa época había conocido mucha gente.
 - ¿Lo dices porque sonreí? Es que te he visto muy nerviosa.
Ahora ella se rió. 
 - Si, si que estaba muy nerviosa. Gracias, me has ayudado mucho.
 - No hay de qué. Mira, estoy haciendo mi segundo post-doc, pero todavía recuerdo mi primera conferencia. Estaba muy asustado. Presentar delante de los mejores expertos, eso desestabiliza a cualquiera. A mi me tranquilizó una investigadora que me sonrió y me hizo un señal con la cabeza, como si dijera ‘sigue, lo estás haciendo muy bien’. Desde entonces, intento ayudar a los estudiantes que veo estresados. – El chico se miró el reloj. – Perdona, un amigo mío presenta ahora.
 - Si, tranquilo, nos vemos más tarde.

El chico desapareció entre la multitud y Andrea se quedó sola. Se sentía eufórica. Todo había salido mucho mejor de lo que esperaba: un hombre de negocios la había tranquilizado en el avión, había hecho dos nuevos amigos que la habían llevado hasta el hotel y con quien había visitado la ciudad, y un desconocido la había salvado de los nervios de la presentación con una simple sonrisa. Y, además, todavía le quedaban dos días para seguir disfrutando la conferencia y conociendo gente.


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